En el diario
vivir uno se topa con ciertas palabras, ciertas ideas, que tienden a demostrar
un cierto grado de fácil permutabilidad, dado el indiscriminado uso por las
personas en la cotidianidad. Son palabras que en el idioma coloquial aparentan
tener el mismo significado. La realidad es que muchas de ellas aparentan ser similares,
pero lo más común es que sean realmente representativas de diferentes grados de
una idea, cada una apuntando a una evolución del concepto bajo consideración.
De esa forma me
he topado otra vez con la problemática del uso de “gustar,” “querer” y “amar.” Estas
son tres palabras que uno usa coloquialmente como intercambiables sin mucho
reparo. Es interesante cómo una palabra tan sencilla como “amar” es utilizada
sin discreción por todos. Igualmente me encuentro con la palabra “gustar” como
si fuere realmente algo muy especial. “Querer” tiene sus problemas, pero
igualmente se ve intercalado con las otras dos en el uso coloquial.
Pero en
realidad “gustar”, “querer” y “amar” son palabras con contexto muy particular, sobre
todo cuando son utilizadas en esos momentos difíciles.
Gustar es como un bufete: hay mucho y en
variedad.
Gustar es
fácil, es como diría Platón, el acto de identificar esas cualidades que uno apetece,
que a uno, pues, le gusta. Gustos son muchos y variados, aún en un solo individuo.
Son de carácter físico, o sentimental. Pueden se actitudes, o personalidades.
Puede ser tan sencillo como el color del cabello o de la tez como tan
complicados como la forma en que una persona mira cuando está alegre o
enfadada.
Los gustos nos
permiten socializar, nos permite identificar esas personas con las que uno le
gusta pasar el rato, charlar, tomarse una cerveza y jugar al billar. Nos
permite crear grupos, y sociedades, y nos permite rondar las calles en busca de
aventura y acción.
Gustar permite
a uno probar sin comprometer, ver sin tocar. Sentir sin las repercusiones de
perder. Básicamente nos abre las puertas a la experiencia humana en todos sus
sentidos. Pero el gusto es sólo eso, es un acto temporero y flexible que va
definiendo la parte maleable de nuestra personalidad, de nuestro ser. Su
función es práctico, y algo sucio: es la forma de rápidamente catalogar y
discernir entre todas las opciones y poder registrar nuestras reacciones afectivas
ante ellas. La idea es de ayudar a empezar a afinar nuestra de selección
teniendo suficiente data para poder separando aquello que gusta pero se queda
en lo simpático de aquello que no solamente gusta sino que intriga a abordar
más. Aquellas que eventualmente formarán parte del proceso de querer.
Querer es
selectivo: se seleccionan los mejores ejemplares representativos.
Querer implica
una definición más clara de lo que se quiere. Gustar es muy arbitrario, permite
explorar la diversidad, y darse con gustos tanto placenteros como no. Pero
querer ya se dispone a distinguir y a hurgar más profundamente los elementos
definidos y explorar las posibilidades de algo más serio. Aun así sigue siendo
algo arbitrario, y todavía tiene la posibilidad de encontrarse con algunas
cosas que finalmente le apague el interés. Pero el acto de querer ya implica
intención, implica la posibilidad de una búsqueda algo más cernida de las
opciones disponibles a uno.
En principio, el
querer es egoísta con el otro. No da paso al placer de lo demás ya que su
intención es recibir placer. Se define por una falta de responsabilidad y
dedicación ante el otro, y se proyecta como una emoción muy posesiva, muy
fogosa y llena de fugacidad. El dispendio de energía es con el propósito de
auscultar el máximo placer posible del otro sin una verdadera consideración del
mismo. Muchos creen que querer es igual que amar, pero en realidad deposita el
foco de todos sus actos en adquirir la mayor cantidad de placer a cambio del
poco conceder de sí mismo. Como dije arriba, es muy posesivo, lleno de brillo e
ímpetu, pero no busca involucrarse de lleno en el diario vivir del otro, y
menos aún en las angustias y penurias del otro, a tal que niega al otro de ser
necesario y se mueve a la próxima persona que le pueda ofrecer lo que busca sin
rencor ni remordimiento.
Aun así el
querer es parte del proceso evolutivo de todos. Puede formar parte del proceso
mediante el cual uno tiende a afinar sus gustos y va descartando aquellas cosas
que o fastidian o no son importantes, para eventualmente resultar en un cuadro
más certero de lo que uno anhela finalmente encontrar. Pero corre el riesgo de
quedarse en la pueril persecución de lo fácil, lo temporero: de lo que brilla
en ausencia de contenido y razón.
Amar es egoísta
e individual: es cuando alguien hace que uno se sienta cómodo con uno mismo.
Amar es un acto
muy refinado. Es el resumen de todo el acto de gustar y de querer para llegar a
una refinada selección de aquella persona con la cual uno desea eventualmente
compartir el resto de su vida. A diferencias de querer, y más aun de gustar,
amar implica no solamente lo bueno: los placeres del cuerpo y del espíritu;
sino lo malo: los disgustos, las decepciones, las peleas. En el amor uno está
en una relación simbiótica donde cada uno no solamente ofrece a su pareja su
apoyo sino que igualmente siente el apoyo correspondido.
Aunque la
mayoría creen que en el querer es igual, la realidad es que, como he reiterado
anteriormente, el querer es posesivo, por lo cual es más sobre lo que uno puede
sacar de la otra persona. Es cierto que uno tiende a reciprocar ese estado de
placer y de apoyo durante el acto, pero la intención final es la de recibir de
la otra ese sentir de lujuriosa satisfacción sin otorgar mucho de sí mismo a la
otra parte de la relación. Por eso, el querer tiende a ser más fogoso y
mercurial, es más de expender energías y sentimientos que de construir una relación
duradera. En el gustar estos elementos de brío del querer están presentes, pero
es más de carácter pasajero, aventurero y volátil, sin compromisos ni
responsabilidades, y menos aún repercusiones del acto de por medio.
En el amar, por
lo contrario, hay un acto de corresponder, de entrelazar las íntimas peculiaridades
de dos personalidades, de limar las asperezas y ajustar las bandas relacionales,
para llegar a la creación de un ente sustentable.
Sí, sé que la
gente habla mucho de la fogosidad y seráfico en el amar, pero el amor es más
que eso: es compartir. Y para compartir hay que ser más diplomático, más
aceptador de que no todo es maravilloso y fantástico, y que será feliz hasta el
fin del tiempo. No, hay que ser más realista, y ver las cosas que hacen a esa
persona distinta de otros, tanto en lo bueno como en lo malo. Es en ese proceso
de entablar un discurso entre los dos que empieza la verdadera batalla por no
abandonar la causa. Y ahí está el secreto del amor. Es el sacrificio de su ser
por el bien del otro. Es cuando uno está dispuesto a doblegarse ante las
necesidades del otro. Pero igualmente, ese doblegar no puede ser forzado, tiene
que ser natural, tiene que ser con el gusto y querer de hacerlo, porque esa
persona se lo merece. Ese sacrificio tiene que ser genuino ya que es el
sacrificio de sí mismo.
Ahí es que
surge el concepto de egoísmo. Uno lo hace porque uno se siente lo
suficientemente cómodo con esa persona para hacerlo. Esa comodidad de sí mismo,
el conferir de uno hacia el otro, es el secreto final, lo que se supone el amor
realmente ofrece: la capacidad de ser uno sin temor ni repudio ante la otra
persona. Y esa capacidad permite a uno ser el más valiente de todos en el
mundo, porque pierde todo pudor, toda vergüenza, y hace lo que sea por esa
persona. En cierto sentido, es volver a ser niño. Es no temer al mundo, y
liberarse de todas las constricciones de la sociedad y de las instituciones. Es
ser libre para actuar y reaccionar ante el otro.
Ese sacrificio
es tal que uno inclusive está dispuesto a dejar esa persona libre de ser
necesario. Es parte de la locura del amor, y es por eso que amar es tan
confuso: porque exige que uno sacrifique su conveniencia ante la necesidad del
otro.
Amar es único.
Es cierto que uno puede a llegar a amar a varias personas. Pero el amor, cuando
está, está dirigido a esa otra persona. Los demás gozarán del amor que irradia
sobre ellos desde el núcleo.
Amar trae mucha
angustia y dolor en las parejas. Crea tanta discordia. Pero es parte de las reglas
del juego. Nunca será todo como uno quiere, pero si uno está dispuesto a jugar
uno tiene que lidiar con las peculiaridades del otro. Y por desgracia es para
siempre, o por lo menos por lo que dure la relación (que a veces se siente como
si fuese una eternidad). Pero personalmente creo que esas son las cosas que
hacen la relación especial. Eso es lo que define ser amado, y amar de vuelta.
Es el hecho de que ante todo uno empieza a darse cuenta de que amar exige que
uno esté dispuesto a soportar los berrinches y las pataletas del otro. Igualmente
uno se da cuenta de que amar exige que uno reconozca cuando está actuando como
un chiquillo empedernido y pedir perdón.
Y eso hace que
una relación sea afable, que sea maravillosa. Es el respeto que existe entre
los dos. Un respeto que permite que ambos se acepten tanto en lo bueno como en
lo malo.
A uno le pueden
gustar muchas cosas, pero de todo eso escoge lo que quiere y sólo se queda con
lo que ama.
La verdad es
que estas tres palabras enmarcan el diálogo cotidiano de una pareja, como la de
todo el mundo, de formas muy peculiares. Se usan como si fuesen piezas
intercambiables, a veces para no ofender el oído. Poéticamente se han intercambiado
para poder hacer el texto más interesante o para explotar la ambigüedad del
verso en la creación de una imagen, de un estado psíquico. Pero en realidad
tienen sus lugares y, respetándolos, la
idea que uno quiere a veces llevar a fruición se puede beneficiar. Gustar,
querer y amar apelan al mismo recinto dentro de nuestras emociones. Son fuerzas
que, aunque algo efervescentes e inestables, tienden a dominar todo con su mera
presencia. Son palabras permutables pero, en su contexto, enriquecen el
entendimiento y, por lo tanto, la relación entre las personas.
En cierto
sentido aquella canción de José José tenía razón: “y es que todos sabemos
querer pero pocos sabemos amar.” Querer es fácil: uno desea algo y va tras
ello. Si lo logra bien. Si no, pues será en otra ocasión. Pero amar exige un
cierto nivel de abandono, tanto de uno como hacia el otro. Amar exige que uno
pueda desvestirse de toda preocupación, de toda inseguridad y de todo prejuicio
para desnudarse ante el otro. Ese otro tiene que, de la misma forma, crear ese
espacio de confort donde uno puede adoptar esa condición de abandono. Esa
condición no está presente en el gustar, que se define por posturas y revuelos;
ni por el querer que se dedica a la indiscriminada persecución del otro por
puro placer y satisfacción de uno mismo. Amar es el sacrificio de ser por y
ante el otro.
Así que, cuando
uno lo piensa: Uno puede gustar mucho...querer poco...pero sólo amar a una.