Acertijo intelectual:
Por qué aun no entendemos el posmodernismo y
menos el deconstruccionismo
O, un intento a entender lo no entendible en
el desentido entendimiento.
por
w. j. mucher
14 de octubre de 1996
(revisado: 25 de abril de 2012)
[N.B.: Texto originalmente apareció publicado en la revista El Cuervo No.21 (enero-junio 1999): 39-44) publicado por el Departamento de Humanidades de la UPR en Aguadilla]
En un mundo virtualmente definido como posmoderno,
nos encontramos aun con una fuerte ola de colegas que aun no entienden, y menos
aceptan, el posmodernismo, y menos el deconstruccionismo, como métodos de
diálogo intelectual. Por otra parte, aquellos que se aferran al posmodernismo
como método de salvación académica, virtualmente devalúan el beneficio de tal metodología
cognitiva, promoviendo fervorosamente la supremacía de su nueva forma
intelectual, como ha sucedido en algunos campos como el feminismo, el estudio
afrocentrista, y el estudio homosexualista.
Tras compartir con colegas, ambos posmodernos al
igual que modernos en varias ocasiones (y entiéndase que he decidido utilizar
estos dos términos para identificarlos sólo para facilitar mi presentación ya
que existen demasiados campos y variantes internos a ambas tendencias, y dichas
tendencias tienden a ser igualmente de difíciles de determinar al momento de
descifrar sus límites), me percato que el problema no estriba meramente en la
supuesta terquedad de los anti-posmodernos, sino que parte de la culpa la
tienen los mismos posmodernos quienes, fervientes a su causa, rechazan el
diálogo, especialmente cuando pretenden definir su posición.
Este intento de definir o, tal vez mejor dicho, atento
contra la estabilidad argumentativa de la academia, es agravado aun más cuando
los posmodernistas se aferran a su logos descentralizado, y olvidan que muchos
de los receptores no son “iniciados” en su parlamento, llegando así a crearse
nada más que la mera burla de los posmodernos sobre los demás. Es en ese
momento que el plan posmoderno cae bajo la mirilla de los grupos autoritarios
para ser descuartizados como irracionales e irrelevantes ante el mundo actual.
En este ensayo trataré el asunto del posmodernismo como empresa cognitiva, y
como es ilógico em/com/prender tal empresa sin hablar sobre la influencia de
Derrida en ella, hablaré cómo el deconstruccionismo forma parte de tal hazaña.
En principio, la distinción entre el modernismo y el
posmodernismo parte de una diferenciación básica del mundo empírico conceptual
oposicional como rígido/absoluto (moderno) y efímero/transitorio (posmoderno).
La empresa modernista se establece paralelamente a la empresa
científica/racional donde el acto de conocer consta de develar los signos hasta
llegar al mundo de las verdades absolutas (neoplatonismo). Por los últimos
siglos (más o menos a partir del siglo XVI) la empresa científica se puede
definir como ese develar de las leyes y de los principios que determinan el
comportamiento del universo, leyes y principios que, a su ves, son concebidas
como universales y absolutas, o sea, no cambiantes.
El posmodernismo, y en parte el deconstruccionismo,
se basa en la idea de que el mundo de lo conocido baila sobre las arenas
movedizas del acto de saber (Derrida, Lyotard). O sea, que el conocimiento
depende integralmente a un sistema y estructura de apoyo cambiante cuya
naturaleza oscila entre lo que es y lo que no es. En ese sentido, los posmodernistas
emprenden en un viaje “epistemológico” oblicuo hacia lo opuesto, o sea lo
“otro”, como dirán ellos, hacia lo olvidado y, a su vez, negado por la aferrada
aseveración de una versión canónica y oficial (Lacan, de Beauvoir, Derrida).
Por ejemplo, decir que el caballo blanco de Napoleón es blanco implica que el
caballo no es meramente blanco, sino realmente negro, o, mejor dicho, no-negro,
ya que el blanco es un concepto que exige que se piense, igualmente, en lo que
no es, o sea en su no-negritud [en la presencia ausentada de su concepto
empíricamente y epistemológicamente opuesto, ya que la mención del blanco exige
la presencia de su opuesto en la definición como forma in/justamente oprimida].
El posmodernismo se puede definir como un instrumento que permite a esta forma
reprimida a que tenga su oportunidad de reinar bajo el sol: el posmodernismo
es, por ende, un acto transvaluador (Heidegger).
En un principio, la intención del posmodernismo, era
liberar la crítica literaria y la teoría de los amarres positivistas y
absolutistas presentes en el canon occidental que plagaban por siglos la
investigación y la interpretación de textos, y de la palabra misma. Pero, como
toda buena intención, el afán hipercorrector de las causas ideológicas
promovieron mas bien, un libertinaje dentro de los estudios posmodernos,
llevando así toda proposición libertadora a su extremo contrario creando así
una “nueva” ideología reinante. Este proceso autocorrectivo de las últimas
décadas proviene del pensamiento nihilístico y retornador de Federico
Nietzsche, quien, bajo el lema del “Eterno Retorno de lo Mismo”, expuso el
derrocamiento de los viejos dioses y de los conceptos absolutos, para ser
sustituidos por un “nuevo” concepto magistral: el “Amor Fati”, ligeramente
definido como un retorno a lo absoluto.
Erróneamente, Martin Heidegger propuso una idea
unilateral en su interpretación de Nietzsche. Y la fanaticada posmodernista la
acuña, por no saber mejor. En esta “onda” lo nuevo sustituye terminantemente lo
viejo derrocado. Pero lo que Heidegger, al igual que un gran número de posmodernistas,
aparentemente malentendió es que este proceso nihilista era un proceso
continuo, o sea, que esa nueva ley operante era sólo temporera, condicionada a
sufrir ella misma el mismo decaimiento y aniquilación que las leyes anteriores.
Más aun, Heidegger malinterpretó esta transvaluación como una de meros
opuestos, donde lo que está arriba tomará posición abajo, y lo de abajo tomará
posición arriba, idea adoptada por las fuerzas justicieras del posmodernismo.
De nuevo este acto transvaluador limitaría las posibilidades de crear un nuevo
mundo libre de ataduras viejas, como Nietzsche pretendía.
Muchos de los actuales
seguidores de esta vertiente han adoptado el acto transvaluador para derrocar a
las definiciones y premisas operantes, y en su lugar, colocar premisas de su
propio gusto y provecho. Un acto laudable, hasta cierto nivel, ya que ha permitido
que voces previamente silenciadas puedan escucharse por primera vez. Pero la
falta de conciencia velada por un afán justiciero, ha creado un nuevo, o
nuevos, monstruo(s) con el/los cual(es) lidiar. Lo improvisto en esta hazaña
fue que cada grupo exclamó soberanía sobre las demás. Como dice un refrán muy
popular pero poco escuchado: “El poder corrompe, el poder absoluto corrompe
absolutamente”. De tal forma, el resultado de tal campaña, o de las múltiples
campañas, ha sido que la academia, al igual que la conciencia general, ha sido transformada,
diría que tal ves irrevocablemente fragmentada, en un sin número de bandos
igualmente opresores que el poder derrocado. Lo que agrava la situación es que
estos bandos se glorifican en ser aun más opresores ya que ven su venganza y/o
represión contra los demás justificadas ante tantos siglos de opresión sufridos
en las manos del viejo orden.
El deconstruccionismo, a su vez, no depende de esta
acciónjusticiera determinada por la inherente oposicionalidad e injusta
opresión descrita por el régimen occidental, dado por el acto existencial entre
lo enunciado y su “otro”. Derrida fue suficientemente perspicaz en notar esa
trivialidad para no caer en esa trampa cuando exponía que el centro no existía,
sino que existen un sin número de “centros descentralizados”, los cuales la
palabra tomaba como significado temporero. Esta adjudicación significativa, y
algo absoluta, era en sí efímera ya que dependía de las condiciones ambientales
a la interpretación contenidos en el transcurso del tiempo en el espacio lingüístico
del lector operante (o sea, la temporalidad heideggeriana Dasein). Como Derrida
había propuesto en la década de los sesenta, el acto cognitivo de una idea
contenida en una palabra exige un vasto conocimiento de sus múltiples
connotaciones. En este sentir, Derrida propone una lectura de la palabra
contraria al corpus estructuralista, y aun del corpus posmodernista, de las
décadas de los cuarenta a los sesenta, donde el signo (la estructura referencial,
“la casa del lenguaje”) refería directamente a un sólo significado (idea) a
través de un referente específico, un
único significante (palabra) (Lévi-Strauss, Heidegger, Saussure). Esta
correlación empírico-estructuralista de 1-1 entre el significante y el
significado, era combatida por los post-estructuralistas quienes permitían
dentro del signo un laisse faire entre el significado y el significante.
Para Derrida, la verdad es cuestión aleatoria en la
que el referente deambula sobre una multiplicidad de referidos. Por ejemplo, la
palabra “farmacia” (pharmakón), como declara Derrida, trae un sin número
de acepciones que no solo remiten a su capacidad de sanación, sino que,
inherentemente, conlleva su oposición, o sea, el envenenamiento (del Logos,
eventualmente). La posibilidad de que la palabra “fármaco” signifique tanto
cura como veneno, no significa que su significación es una o la otra, como los posmodernistas
pretenden. Sino que las acepciones, todas por igual, están presentes en la
palabra enunciada, ninguna siendo más correcta que las demás. Es importante
recordar que Derrida nunca dimite la historia de estas ideas, sino que las
reorganiza para mayor provecho de la sociedad cognitiva. Derrida aboga por el
reconocimiento de todas las acepciones que por largos siglos han cohabitado en
el olvido con el significado operante, yaciendo en lo que Derrida mismo ha
denotado como el margen de toda empresa académica. De esta forma Derrida recoge
y restaura el entender de Nietzsche de que la empresa nihilista ahonda más en
el problema de identificar el lugar de lo absoluto y no en el contenido de ese
lugar, un entender no viable en la mayoría de las formas posmodernas operantes
hoy en día ya que estas se definen más por contenido que por método.
Con el reciente mermar empírico-ontológico, el
resultado de nuevas formas técnicas, el hombre ha manufacturado vías para
perseguir un mejor mundo. Un interés fatídico en la utopía desatado por el posmodernismo
y el deconstruccionismo ideologizante ha desbordado en las hazaña englobadoras
de la realidad virtual, creando así un plano lujurioso donde el ser, en vía de
mejorar su pobre existencia corporal, ha creado espacios autoerotizantes y
autosuficientes en su búsqueda (espiritual?) de la esencia augmentada del
placer personal (por ejemplo la manufacturación de mundos estériles donde uno
puede interactuar con otros entes manufacturados sin necesidad de revelar las
verdaderas identidades de cada uno (por ejemplo, el mundo del ciberespacio, el
internet y los MUDDs, o el suicidio en masa del grupo Heaven's Gate en abril de
1997). Así pensadores como Baudrillard han dilucidado sobre el fenómeno de la
muerte primordial del ser ante un nuevo orden. Un nuevo salvador que en su afán
por liberar al ser humano lo encadena en simulacros condicionados por una
“realidad artificial” de segundo orden. Realidades fragmentadas y sin secuencia
santificadas por el mismo orden posmodernista que cuestionó la autoridad de los
viejos hombres blancos provenientes del occidente. Intentos de acordonar el posmodernismo
han, incluso, creado un canon posmoderno, autorizado y pontificado, un eslabón
teórico más para la cadena del conocimiento edificador, con sus respectivas
expresiones literarias, fílmicas, etc., las cuales justifican tal hazaña
empresarial.
Igualmente, la última década ha estado abarrotada
por nuevas “olas” poséquis, tales como la post-posmodernidad y el poscolonialismo,
que parecen ser nuevos intentos de corregir este dilema buscando unas nuevas
experiencias y unas nuevas arenas de discusión donde el poder dialéctico del posmodernismo
libertador pueda sanarse y retomar su curso original. Ejemplos como los
estudios de etnias, el nuevo enfoque orientalista, las nuevas ramas de “estudios
de transgénero” y de “estudios masculinistas”. Los estudios de literatura
emergente expresan por sí solos que hay un margen de donde están emergiendo
textos antes no tratados. Y no olvidemos los estudios de cultura popular, los
estudios de cultura de masas y los estudios de medios comunicativos (televisión,
cine e Internet), demuestran que la academia todavía no transa con las ideas
monolíticas del temprano posmodernismo. ¡BIEN HECHO!-debemos gritar en saludo
de bienvenida a estas y muchas otras tendencias académicas de la sociedad
intelectual a la que pertenecemos.
Son estas mismas manifestaciones las que demuestran
que los nuevos académicos no están conformes con la institución, y menos con
las viejas “nuevas” ramas del conocimiento que han sido institucionalizadas y
ordenadas, hasta encasilladas, en vísperas del siglo XXI. Es con este
vislumbrar del mundo por venir, o, mejor dicho, por nuestro entender por venir,
que la academia se debe estar encaminando a un nuevo pensar filosófico. Como
Derrida en un tiempo pasado, es tiempo de retomar nuestro pasado, y no
destruirlo, nuestro presente, y tampoco remplazarlo, sino re-constituirlo para
el beneficio de las nuevas generaciones del futuro (tal como la idea de
“Generation Next” de Pepsi [anuncio televisivo 1997], que se deriva de la idea
de ser la generación post-X). Esto exige que re-estudiemos y re-afirmemos lo
canónico, no por ser meramente canónico, mientras establecemos nuevas pautas
para nuevas ideas y nuevos cánones. Como nos reveló Nietzsche hace más de un
siglo, es tiempo de matar a “viejos” dioses para poder re/construir nuevos
paraísos. Eso se logra adoptando la sagacidad y la temeridad de los niños (ver
la tira cómica “Calvin and Hobbes” [1985-1995]), aquellos que incansablemente
preguntan y requetepreguntan el porqué de la desnudez del emperador hasta
hastiarnos de la revelada incomprensión de la “versión oficial”. Una vez logrado
esta repugnancia por la versión oficial, podemos re/pensar nuevas versiones que
permitirían adelantar la causa humana. Hasta entonces, deambularemos agobiados
en un mundo desolad, gozando con Didi y Gogó de la deshojada sombra del árbol, ciegos
por el mundo aterrorizados por un dios que no existe y esperando una voz que
nunca nos llamará, esperanzados por evitar el verdadero apocalipsis de una
funesta y putrefacta sociedad.
En fin, con todo esto dicho todavía no he contestado
la pregunta que me llevó a esta desiderata con lo posmoderno y lo
deconstruccionador, eso es: ¿Por qué aun no entendemos el posmodernismo? Porque
entenderlo sería contrario a su esencia. Sería atarlo a estructuras e
ideologías estáticas excluyendo aquellas otras que no las favorecieron. Sería
crear otro canon autorizante con el cual todo feligrés posmoderno retumbaría
las arcas de la antigua institución en pos de convertir a los infieles y quemar
a los herejes por su desvergonzado paganismo y desviación del camino del bien.
Sería darle definición a lo indefinible, presencia a lo impresenciable, venerar
lo desvenerable. Sería constituir una nueva tropa de casacas marrones,
idólatras que velarían por la seguridad de la nueva y única fe, delatando a sus
colegas, amigos, amigas, padres, hermanos, hermanas, esposos, esposas, e,
inclusive a sus mismos hijos, por “traicionar” al nuevo “orden global”.
¿Por qué nunca entenderemos el posmodernismo, y
menos el deconstruccionismo? Simplemente, por que no.
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